La mañana del café con María

La noche ya había sido larga de por sí, era difícil conciliar el sueño, había angustia, ansiedad. Se acercaba el encuentro en la mañana con María, María vendría a opacar mi café. La electricidad se había ido, los teléfonos ya no funcionaban y su saludo para conmigo eran vientos de intensidad huracanada.

Si, María no era mi amiga, no era alguien con la que anhelara compartir el café, María era ese Huracán Categoría 5 que a mi isla se acercaba.

María era mi amenaza, era la enemiga de un pueblo, era quien sembraba, temor y miedo. No quedó más que prepararnos, tener a la familia cerca y prepararnos aún más espiritualmente más que humanamente. El lado humano no podía funcionar si espiritualmente no clamaba por este asunto. La vida la llegas a ver tan frágil en situaciones cómo estás y mucho más cuando viste lo que su amiga de janga Irma había dejado en su visita.

Tenía mi fe, increbrantable, pero hablando bien de verdad, a mi María me tenía bien asustá.

Orar fue la solución, ORAR, ORAR, llorar. Llorar por sentirme impotente, llorar por la angustia, llorar clamando a un Dios poderoso, no para que le dijera a esa María que se fuera, si no para que nos protegiera en medio de ella, para que cada familia de mi isla estuviera segura. Clamar para que la fe fuera mayor que el temor.

María vino, llegó a destrozarnos, llegó a quebrantarnos, llegó a asustarnos. Lo que no sabía María era que ese café que se servía esa mañana, un chin amargo, estaba en paz, porque sabía que había un Todopoderoso añadiendo el endulzante. María no sabía que de ella se aprendería, de ella se crecería y que gracias a ella todo un pueblo nuevo se levantaría, porque vino a sembrar destrucción, pero en la destrucción que pudo dejar al paso, en mucha gente María dejo transformación.

María renovó corazones, renovó familias, el tiempo, y mucha más aún renovó fe, la fe de un pueblo por un Dios que siempre dijo, aún en medio de la tormenta yo les cuido.